PERSONAS Y LUGARES

Conocí a Don Toribio por obra divina, en la iglesia de San Luis Amatlán, Oaxaca. Quién iba a imaginar que el monaguillo era también el mejor maestro mezcalero de la comunidad. Me invitó a su casa, me mostró su campo de agaves y el palenque de la familia. Fue después de una buena charla que decidió compartir conmigo uno de sus más grandes tesoros; distintas variedades de mezcal, destilados por él, con más de 25 años de añejamiento. Espadín, Tobalá, Arroqueño, Jabalí, De puntas, Ensambles... ese regalo fue único y no estoy seguro si algún día volveré a probar unos mezcales tan buenos y sinceros como los de él.

Conocí a la familia Martínez en el cementerio de San Miguel. Iban a visitar a su esposa y madre, quién se les había adelantado varios años atrás. Me contaron la historia del lugar, me mostraron tumbas de escritores, músicos y generales militares. Llevaban flores y tres sonrisas para dejar en la tumba, su energía era tan bonita que llenaban de alegría el lugar... la actitud perfecta para saludar a alguien que no se ha visitado en mucho tiempo.

Pluma Hidalgo es un pueblo cafetalero en la parte más alta de la sierra de Oaxaca, para mí que amo el café, fue como llegar a un pedacito de cielo, un paraíso entre la zona de los mezcales y la costa del pacífico. El negocio de Celso es de los primeros al llegar a la plaza central, vende el café que cultiva su familia. Mientras tomamos un expreso me contó su plan para exportar café a todas partes del mundo, y de cómo han hecho los productores para salir adelante a causa de la falta de apoyo al campo, las plagas que han afectado algunos cafetales y de los daños ocasionados por el huracán Paulina. Aunque hay muchas personas que viven en pobreza, el espíritu de la gente es amable, compartido y ligero… como una pluma.

En el centro de Oaxaca conocí a Isabel, rodeados de textiles de distintas regiones y técnicas, su estilo contrastaba con toda la escena y al mismo tiempo, parecía ser parte de la exposición. Vio que tenía mi cámara y me pidió que le tomara una fotografía. Isabel es maestra de estadística en la Universidad de Oaxaca, le gusta mucho el trabajo de los artesanos oaxaqueños, tanto que cada vez que puede hacerlo, es turista en su propia ciudad; visitando galerías, aprendiendo sobre su gente, tradiciones y expresiones.

Buscando una locación para un proyecto descubrí el taller de Martín Castez, un zapatero argentino radicado en Querétaro. Mientras trabajaba en un par de zapatos me contó cómo fue que decidió dejar su trabajo como asesor financiero para dedicarse a lo que realmente quería. Aunque le ha tomado tiempo posicionar sus diseños, estaba más feliz que nunca y eso era lo que importaba.

Conocí a Nataly y Rodrigo en las canchas que están a un lado del estadio Benito Juárez en la ciudad de Oaxaca. Estos hermanos son cómplices de un mismo sueño, ser jugadores profesionales. Me contaron que la escuela para ellos es complicada; con sus huelgas, el sindicato de maestros, los conflictos y algunas clases aburridas. Les pedí que posaran porque su energía era contagiosa, era obvio que estar en ese lugar los hacía felices y eso me motivó a conocerlos. Aunque no son totalmente conscientes de lo que pasa en el país y cómo los afecta, saben perfectamente que depende de ellos cambiar su destino.

Martha vive en el centro de Campeche, una ciudad amurallada frente a la costa del golfo de México donde alguna vez pelearon españoles y piratas ingleses. La conocí mientras compraba el periódico al repartidor desde la comodidad de su ventana. Me asomé por curiosidad, quería saber cuáles eran las noticias importantes en una ciudad que apenas conocía. Me contó sobre cómo se ha transformado la zona; ahora las casas tienen fachadas muy coloridas, a pesar de que por dentro estén viejas y afectadas por la humedad. Como buena lectora Martha es crítica de lo que sucede en su ciudad y considera que la denominación de Patrimonio Cultural de la Humanidad por parte de la UNESCO, fue solo una oportunidad más para que políticos y empresarios siguieran enriqueciéndose.

Nada pasa por casualidad, justo al comienzo de mi ruta de mezcales coincidí con Joel, heredero de una tradición familiar a la que hoy él imprime sus ganas de innovar y de la que destacan marcas como Real Matlátl y 400 Conejos. La aventura comenzó con él, eran cerca de las 11 de la mañana y los primeros siete mezcales que probé los acompañé con su charla, alegría y buena energía. Curiosamente a Joel lo había conocido unos años atrás, cuando yo repartía la revista Vice México en La Milagrosa y así, de milagro, coincidí con este maestro mezcalero que no paró de invitarme a probar todas las variedades que traía... ya se imaginarán cómo terminé.

Edson Lechuga es de Pahuatlán, un pueblo ubicado en la Sierra Norte de Puebla. Lo conocí en la presentación de su libro “Anoche me soñé muerta”, donde coordiné la parte de medios. Edson tiene una forma peculiar de darle importancia a las palabras, no solo por ser escritor, sino por el protagonismo que tienen en su narrativa. Quienes conocemos México, podemos encontrar en su obra personajes únicos de su paisaje social y cultural.

Conocí a los hermanos Sánchez por casualidad, una simple vuelta a la derecha en San Baltazar Chichicapam me llevó hasta su palenque. Me contaron sobre su familia, de la tradición de hacer mezcal, de amar y cuidar la tierra. Tomamos Espadín y Tobalá... ahhh cómo extraño esos mezcales!.

Conocí a Raimundo mientras tallaba un pedazo de madera de copal, parecía estar en un trance, usando sus manos para proyectar el imaginario que habita en su mente. Aprendió a hacer Alebrijes cuando tenía siete años gracias a la tradición de su familia. Actualmente tiene 27 y trabaja en el taller de Jacobo y María Ángeles en la comunidad de San Martín Tilcajete, Oaxaca; está orgulloso de su trabajo, de las cosas que ha aprendido y que ahora enseña a nuevas generaciones. Lo que más le gusta del proceso es sorprenderse de su propia creatividad, pues me confesó que en ocasiones cuando empieza a tallar, ni él mismo sabe cuál será el resultado final.